- ¿Maria Hugly? – Levanté la mirada y supe, como era de esperarse, que me llamaba a mí. La señora ocupante del puesto detrás del mostrador buscaba con ojos curiosos por encima del mismo a la poseedora del nombre que acababa de anunciar. Me levanté de mi asiento, guardé el libro que estaba leyendo mientras esperaba en la mochila y me dirigí hacia el descuidado mostrador negro – Sólo tienes que llenar este formulario, y en unos pocos minutos vendrá el director para mostrarte las instalaciones. Aquí está tu horario de clases y… - estaba concentrada buscando un papel que no lograba hallar hasta que lo hizo – tus horarios de gimnasia – con una sonrisa forzada me entrego el pilón de papeles que necesitaba.
- Gracias – contesté con amabilidad y los tomé. Me volví a sentar en el lugar que había ocupado antes y completé el formulario.
Estaba concentrada en la lectura del libro que tanto me apasionaba cuando sentí la presencia de alguien a mi lado.
- Romeo y Julieta ¿No? Un clásico, estupendo libro – el extraño que se presentó era un hombre vestido de traje de unos cuarenta y tantos años, cabello corto negro azabache como el matiz de sus ojos – Soy el director Robert Skinner – esbocé una sonrisa burlona al escuchar el apellido al tiempo que estrechaba la mano que me había extendido – Sí, Skinner como el director de Los Simpsons – rió amablemente - ¿Quieres que te enseñe la escuela?
- Claro – tomé mis cosas y seguí sus pasos.
El silencio entre sector y sector cada vez se hacía más incómodo a medida que caminábamos. Quería comenzar algún tipo de conversación, pero no estaba segura de que fuera apropiado.
- Asique… - comenzó cortando el hilo de mis pensamientos - ¿De qué trabajan tus padres?
- Mi padre falleció – mentira – y mi madre es… contadora – mentira de nuevo. El tema de mis padres era uno realmente delicado. Nunca conocí en realidad a mi padre, mi subconsciente había reemplazado su inexistencia por una supuesta muerte natural porque me aterraba la idea realista de que fuera algún fulano con el que mi madre se había acostado para conseguir algunos dólares. Ella era hija única, al igual que yo, sólo que ella no tiene relación alguna con sus padres debido a la vida descarrilada que decidió llevar. Ellos no lo toleran en absoluto y yo, sufro las consecuencias.
- Oh que bien, ¿y dónde has estudiado antes de venir a Estados Unidos? – Prosiguió
- En una escuela en argentina, bilingüe claro. Nos trasladamos mucho debido al trabajo de mi madre, es muy buena en él – Qué irónico pensé. Durante los últimos años estuvimos huyendo de las denuncias policiales que demandaban a su manager, un proxeneta. Ahora por fin, luego de cumplir mis quince años, estamos estableciendo vínculos en un lugar permanente.
Luego de unas semanas pude adaptarme al ritmo escolar aunque todavía no había hecho amigos. Nunca fui lo bastante sociable con lo que tampoco tenía muchos conocidos. Caminaba por el eterno pasillo que llevaba a las aulas en busca de la clase de matemática, levanté la vista un instante y algo captó mi atención. Un chico de ojos esmeralda y cabello negro pasaba a mi lado escoltado por otros dos chicos. Anonadada por su belleza choqué torpemente contra una gran masa que se encontraba delante de mí cayendo bruscamente al suelo. Era Jason, él estaba en la mayoría de mis clases junto a su inseparable aliado Jaron. Lo recordaba ya que desde el día en que pise el aula y escucharon mi nombre no paraban de molestarme todos los benditos días.
- Oh, mira a quien tenemos aquí. A la chica que es tan fea que hasta su propio apellido se lo dice – esbozó una sonrisa burlona.
- Feo se escribe sin H, idiota. Si fueras un poquito culto lo sabrías – me defendí
- Así que te atreves a desafiarnos, ¿eh? – Jaron se encontraba detrás de él con una sonrisa maléfica en el rostro – Te daremos algo para que te rías por mucho tiempo.
Me tomaron de las manos y de los pies. Forcejeé sin éxito hasta que me llevaron hasta el basurero que se encontraba al lado de la sala de música.
- ¿Últimas palabras?
- Idiotas – respondí
- ¡Incorrecto! – Respondieron al unísono y me arrojaron al basural – Cuida tus espaldas Fea, volveremos.
El basurero apestaba, lógico ¿no? Me saqué la suciedad de encima y cuando estaba dispuesta a salir de ese mugroso lugar aparecieron los chicos de tercer año que salían de la clase de música.
- ¿Crees que le gusto nuestras canciones a la señorita Puttrof para el musical? – Le preguntó un chico rubio al morocho que me había deslumbrado hacia unos cuantos minutos.
- Por supuesto, si somos geniales. A todo el curso le encantó; en especial a Jess, me lo dijo.
- “Oh, Jess ¿Quieres salir conmigo? Me gustas mucho y todas las canciones que escribo las hago pensando en ti” – respondió el rubio en tono burlón – Díselo ya de una vez hermano.
- No lo sé Nick, tengo miedo de que me rechace
- Oh, vamos Billie. Si eres más popular que Madonna – acotó un chico de pelo castaño y ojos miel que acababa de escuchar esto último y los tres rieron.
- Uh, no – interrumpió Billie decepcionado - Olvide mi carpeta. Enseguida los alcanzo.
Dio media vuelta y me encontró allí en el basurero inmóvil. Nick y el otro chico ya se habían alejado. Se acercó a mí con aire superior
- Lindo lugar para buscar comida
- Muy gracioso – Respondí con mala cara
Tomé los bordes del basurero para ayudarme a salir, hice fuerza pero caí de nuevo.
- Disculpa, no quise ofenderte, solo estaba bromeando – esbozó una sonrisa de disculpa - ¿Necesitas ayuda?
- No – respondí en seco. Tengo que admitirlo, el orgullo es mi compañero de vida. Odio que me ayuden, pienso que puedo arreglármelas sola siempre, pero a veces reconozco que necesito ayuda y este era uno de eso casos. Pero mi orgullo superó esta situación.
- ¿Segura?
- Si, gracias.
Volví a tomar un de los extremos del basurero, respire profundo y traté de salir con todas mis fuerzas. Estaba por salir, pero pisé una cáscara de banana, resbalé y caí de nuevo.
Billie me miro y rió simpáticamente.
- Esta bien, si la necesito – contesté resignada
Me ayudo a salir de allí y cuando mis pies tocaron el piso me quité los restos de comida.
- Gracias – mis mejillas tomaron un color rojizo intenso
- Oh, no es problema. Billie Joe– Se presentó y me extendió su mano derecha.
- María Hugly – estreche su mano.
- ¡Que apellido gracioso! – Respondió risas
- Si, ya me lo hicieron notar – contesté de mala gana
- ¿Y quién te hizo esta maldad?
- Jaron y Jason. Los odio, los odio de verdad.
- Somos dos. Se creen mucho y solo están en segundo año. Se aprovechan de los nuevos y de los más débiles, - se interrumpió para mirarme de reojo - sin ofender. Piensan que son mis amigos, pero no los soporto.
- Yo soy su blanco de burlas, créeme soy su única víctima. Nunca me dejaran en paz.
- Bueno en ese caso, si te molestan, avísame. Los pondré en su lugar y no te molestarán más. No se atreverían a enfrentarse a un chico de tercero.
- Gracias Sr. Ego – contesté sarcásticamente. Se encogió de hombros - No, mentira. Sólo estoy bromeando. Gracias, de verdad.
Levantó la cabeza de nuevo y me sonrió.
- Por cierto ¿De qué curso eres? Nunca te vi en los pasillos de la escuela ni en los recreos. Es decir, compartimos recreos y siempre veo a chicas de otros cursos merodeando por el patio. Conozco a casi todos del colegio, que extraño que a ti no.
- Es que soy nueva, estoy en segundo. Necesito ganarme una beca para la universidad, ya sabes, por el dinero.
- Así que, ¿Te gustan los libros? – Recogió los libros que había en el suelo y tomó el de tapa negra, el que leía por voluntad.
- Si, ese es mi favorito
- ¿Cómo se llama?
- Romeo y Julieta, un clásico. Es una edición muy vieja, era de mis abuelos.
- Ah – contestó desinteresado – Que no se caiga de nuevo, que posiblemente se acorte la historia. Pero en tal caso, ya sabes, la puedes buscar en Google. Él todo lo sabe.
Ambos reímos mirando el piso hasta que sonó la campana.
- Diablos, llego tarde a clases – interrumpió – Mejor me voy.
- Adiós, gracias por la ayuda.
- Por nada. Oye – me grito mientras corría alejándose – Mañana daremos un concierto en el teatro de la escuela a las 8 ¿Vienes?
- Puede ser, creo que iré – Grité
- Lo tomo como un sí ¡Adiós!
Mis ojos contemplaron la escena, atónitos. El chico que ahora ocupaba mis pensamientos era más perfecto de lo que pensaba o al menos, eso creía.
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