Serían alrededor de la 1 de la madrugada de una inquietante noche sin estrellas. Mi vida era una completa mierda. Diambulaba por el medio de la avenida con la mirada perdida y sin rumbo alguno; llevando a cuestas el sufrimiento y la angustia que me abrumaba cada maldito día de mi condenada existencia. Movía la muñeca bacilante trazando circulos aéreos con la botella de cerveza en mano, alucinando con pasos errados, pude distinguir una luz a lo lejos, aproximándose rápidamente como dos estrellas fugaces.
- Perfecto. Un problema menos – tomé la llave minúscula que ocupaba mi bolsillo y me despedí de ella arrojándola a la nada - adiós hotel dos estrellas – apludí entretenida - Bien, ahora tendré que ocuparme de las vacantes para conseguir un lugar en el infierno – irónicé
Lentamente me fui arrastrando hacia la luz. La luz segaba mis ojos, y no dejaba ver a mi presunto asesino salvador, solo pude divisar un flamante porche negra que estaba casi encima de mí. Pronto, mis únicos recuerdos felices pasaron por mi mente como una película, de un pésimo director. No sentía ningún dolor, ni siquiera los efectos del alcohol. Mi mente estaba totalmente en blanco. Estaba atisbando mi deseada liberación, algo me detuvo. No, no había muerto; todavía no había llegado mi hora.